
SPRINGVILLE — Años de sufrimiento, y meses de lucha con la decisión de terminarlo, los han traído aquí: a un salón luminoso de color blanco donde tres de sus hijos están acostados uno al lado del otro, esperando a morir.
Les y Celeste Chappell amaban a los niños, por supuesto, y la idea de dejarlos ir era insoportable, pero aferrarse a ellos era igual de doloroso.
Los niños – Christopher, 20; Elizabeth, 19; y James, 15 – habían sido devastados por un trastorno neurológico despiadado que, a través de los años, les había robado su capacidad de ver y de tragar, de mover y de recordar. El soporte vital solo prolongaba lo inevitable.
Así que en un Jueves en Julio, en su hogar en Springville, Utah, los padres se prepararon para lo que sería un largo fin de semana de muerte.
Tres camas de hospital fueron colocadas en el salón con techos de catedral y ventanas grandes que dejaban entrar los rayos del sol.
Pusieron cómodos a los tres niños con morfina y lorazepam, un sedante utilizado para controlar las convulsiones, y sus padres comenzaron a orar.
Luego detuvieron las sondas y vieron a sus hijos, uno a uno, irse en silencio…
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Escrito por LINDSEY BEVER para The Washington Post. Esta historia esta publicada en parte con permiso del The Washington Post.
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